Charla con pintorcito

Por Sergio Lescano

Se me ocurre pensar. Pensar en supuestos. En incomprobables. Aun recuerdo cuando desde muy chiquito mi viejo me llevaba en el Dodge 1500 a la escuela. Era uno de los momentos más lindos del día, porque en realidad me dejaba de paso cuando él se iba a su trabajo.


El frío era inmenso en invierno, y con el objeto de evitarme los traslados en colectivo a tan pequeña edad y con tan bajas temperaturas, yo podía disfrutar del placer de viajar al jardín con el mejor chofer del mundo.


Yo disfrutaba muchísimo el poco tiempo que compartíamos, y estos viajes se tornaban verdaderas conversaciones de grandes. Pocas cosas revisten tanta seriedad a los cuatro años como una charla de hombre a hombre con su propio padre. Un tío vaya y pase, porque a ellos si no querés no les hablás, o por ahí se te puede escapar una mentira. Pero con tu viejo no podés. Él te conoce tanto que siempre se da cuenta si algo no camina por el sendero de la verdad.


Sucedió que una madrugada de escarchita en el parabrisas, el ánimo del viaje no era el mismo de siempre. Cuando mi boca suelta (precoz, el nene hablador) largó alguna hazaña del día anterior, ya que no había visto a papá desde la mañana anterior por haber vuelto demasiado tarde del trabajo, él no me contestó. El frío se volvió más tenso y allí fue que me hizo el cuestionamiento más importante de mi vida: ¿Por qué le mentiste al tío ayer?


Sinceramente no recuerdo el motivo que lo llevó a realizarme esa pregunta, pero sin dudas no era lo más importante. No me preguntaba el contenido de la mentira (que evidentemente conocía) sino el motivo que me habría llevado a decir una mentira.


Escuché entre sollozos una breve pero eficaz exposición sobre las conductas y los valores. La necesidad de decir la verdad me obliga a reconocer que no recuerdo si el llanto continuó mucho tiempo, si llegué a la escuela, si luego volví a incidir en el error, etc. No obstante, 23 años más tarde recuerdo esos ojos, esa tranquilidad al hablar y explicarme el mundo, y esa paciencia en hacerme comprender de qué manera me debería comportar cuando sea grande.


Se me ocurrió pensar en mi viejo porque siempre recurro a él cuando una duda grande y existencial me toma por sorpresa.


Busco una respuesta seria ante un planteo casi infantil, pero crucial para pensarnos como sociedad: ¿Por qué la mentira?


Aunque no lo parezca, no es para nada infantil la pregunta. Se trata de encontrar un justificativo valedero a una acción premeditada que va en contra de los valores con los que nos educaron nuestros viejos, y los viejos de nuestros viejos a ellos mismos.


La mentira como elemento para falsear una realidad que no queremos para nosotros, y que por tamaño egoísmo e hipocresía no quiere ser reconocida. Hablo de la mentira como política de Estado. Como práctica cotidiana en un todos contra todos, en donde las reglas (ni las escritas, ni las consensuadas a través de la educación y la familia) pierden toda validez. Es ni más ni menos que la mentira como herramienta para dominar al prójimo.


Lamentablemente no tenemos un país con una historia ejemplar si se trata de las conductas de nuestra dirigencia. No es novedad referirnos a la infame dictadura militar y al terrorismo de Estado como uno de los escenarios en donde la mentira y el desprecio fueron moneda corriente. Los 90´ y el neoliberalismo se construyeron a través de la absurda mentira del derrame de las riquezas desde los sectores dominantes hacia los más desprotegidos. Las privatizaciones y la entrega del país para beneficiar a los jubilados, docentes y alumnos, y trabajadores fueron los buzones más grandes que compramos y bastante caros nos están resultando.


Hoy la cosa no cambia mucho. El Secretario de Medios de Comunicación de la Nación, Enrique Albistur, se mandó una de las grandes: Publicó una solicitada en los medios nacionales de comunicación en apoyo a las medidas implementadas por la presidenta Cristina Fernandez. El tema de fondo no son las medidas implementadas, sino que la solicitada nunca fue firmada por quienes, según las publicaciones, se aliaban de manera incondicional a la gestión presidencial. La solicitada trucha fue publicada por los cuatro diarios más influyentes del país, y cada una tiene un costo aproximado de 40.000 pesos.


Esto parece una pavada al lado de la mentira mensual de los índices de inflación, la del retorno de los fondos de Santa Cruz, la de la distribución de la riqueza producto de las retenciones, y la lucha por la defensa de los derechos humanos (sin presos y con Patti sentado al lado de sus compañeros de bloque en la cámara de diputados).


A veces me siento un verdadero privilegiado.


Comencé la nota diciendo que se me ocurría pensar. Y justamente pienso en lo mal que se pondría mi viejo al ver tanta miseria desparramada.


Evidentemente algunos no tuvieron la posibilidad de una charla esclarecedora a los cuatro años de edad, con guantecitos de lana, y los ojos grandes perdidos en una bufanda tejida.




(Informacion extraida del dsitio http://www.perfil.coml/)

“Me dejás helada, ¿me la mandás por mail así la leo?, respondió Silveyra cuando Perfil.com le explicó de qué se trataba la solicitada”.