El futuro ya llegó... hace rato


Por Jorge Garaventa

Nada de lo que ocurre en el primer mundo y que tanto nos horroriza nos es ajeno.
Secuestrar a una hija para abusarla durante años, que niños maten a niños, ocurre en Austria y en Inglaterra pero también aquí nomás, a la vuelta de casa. Entender que aquello, lejos de llegar a nosotros por efecto de la globalización informativa es una realidad inmediata, puede permitirnos replantearnos actitudes individuales, sociales y exigir y diseñar políticas adecuadas de gobierno.

La muerte de la niña Milagros a manos de otros dos niños apenas mayores que ella confronta nuestros cotidianos modos de abordaje. Los voceros de la mano dura, del límite y de la disciplina descargarán sus análisis mientras el riesgo de repitencia seguirá latente en la piel social.La muerte de Milagros no se explica revelando que la niñez no es taninocente como el imaginario social lo pretende, y mucho menos pretendiendo que los niños desarrollaron conductas que sin un dique cualquier otro niño puede realizar.

No explica nada contar que carecen de capacidad de empatía para ponerse en el lugar del otro y percibir el sufrimiento. Nada aportarevelar pericias psiquiátricas que hable de la frialdad de los criminales".

La cuestión es previa a todos estos razonamientos, y mucho más aún a la adquisición de todas las conductas descriptas, las buenas y las malas.

A estos niños, a los tres, les tocó ser la escoria de la sociedad y actuaron en consecuencia. Abandonados a su propia suerte desde el momento mismo del nacimiento, no tuvieron ninguna posibilidad de adquirir nada de todo aquello que se dice que falló.

Un año sin ir a la escuela no llamó la atención hasta que mataron a Milagros, tampoco fue suficiente alarma verlos víctimas cotidianos de palazos y cadenas. Su madre, de destino calcado deambulaba víctima del alcohol y el paco según se dice. No estuvo el estado, no hubo redes sociales, no había familia, no hubo escuela.

Ante tanta carencia hablar de fallas en la constitución psíquica es un engaño y hasta una forma mas, como sociedad de eludir la responsabilidad en lo ocurrido. No hubo fallas psíquicas.

Mal que nos pese respondieron con asombrosa eficiencia en aquello para lo que fueron formados.

La moral social determinará si nos hacemos cargo o mantenemos vigente la producción de escoria.